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lunes, 20 de diciembre de 2010

Cuando éramos grandes

Hubo un tiempo en el que éramos grandes, porque nuestro corazón aún era puro, no conocíamos la maldad, ni contaminábamos los océanos; nuestro cuerpo era muy pequeño y no podíamos hacer daño más que a un grillo o a una mosca. Nuestro vocabulario era tan reducido que no era suficiente para herir a otros con las palabras y nuestros sueños eran tantos y tan grandes que en ellos incluíamos a todas las personas conocidas. 

Hubo un tiempo en que éramos grandes porque éramos inocentes, pero ahora nos hemos hecho mayores e insignificantes, ciegos y solitarios, tan egoistas que sólo pensamos en nosotros mismos, tan avariciosos que sólo pensamos en la riqueza. 

Mis padres tuvieron cinco de esos hombres grandes, y los padres de mis amigos, 7, 8, 10 y hasta 12, pero los padres actuales no nos atrevemos sino con uno o máximo dos, porque muchos de los que se han hecho mayores nos impiden plantearnos siquiera el seguir dando al mundo muchos hombres grandes. Enhorabuena por todos esos que a pesar de los años ha seguido siendo grandes, felicito a quienes hayan resistido el paso del tiempo, mis respetos para aquellos que conservan un corazón de niño en su cuerpo de adulto.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Así soy

                                             

viernes, 15 de enero de 2010

Si pudiera ser...

... que los consejos que  doy a otros los escuche yo mismo.

... que el último beso despertara las mismas sensaciones que el primero.

... aprender a ser buen hijo antes de tenerlos.
 
 
... que los animales de vez en cuando pudieran dar su opinión sobre nosotros.

... que uno tuviera el sentido del tacto en la mirada.

... que la palabra destino solo tuviera el significado que le dan las agencias    de  viajes.

... que la edad no fuera proporcional a las responsabilidades.

... que solo existiera el cáncer en el horóscopo. 
 

... que la primera vez se le atribuyera al que mejor lo hizo.

... que a uno le hicieran todo lo que uno le quiere hacer a los demás. 
 

... que las palmaditas en la espalda se pudieran ingresar en el banco.

... que jubilarse fuera llenarse de júbilo. 

... no haber gastado todas las lágrimas cuando niño.

... que disfrutara este día como si fuera el último.


... que el dinero valiese igual que en el juego de monopolio.

... que el dolor del mundo fuese inversamente proporcional a la hipocresía y el hambre inversamente proporcional al egoismo.

... que los abrazos virtuales te abrazaran.

Si todo esto pudiera ser, los sueños serían lo que vivimos despiertos y la realidad lo que soñamos. 

Fotografía de Javier Villena.

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viernes, 8 de enero de 2010

Deberíamos



Deberíamos morir como llegamos al mundo, desnudos, sin vergüenza alguna, hermosos, llevando felicidad a todos los que nos rodean. Llegar al final del camino con las botas puestas, en medio de la lucha, cuando aún somos el ejemplo de los débiles, con los valores intactos, con el corazón en trocitos por haberlo entregado en cada intento. Deberíamos volver a la naturaleza de la que venimos sin el peso de haberla contaminado, deberíamos regresar limpios, sin el lastre de las cosas que hemos acumulado a lo largo de los años, sin los muebles y las maletas pesadas, sin los odios, los rencores y el egoismo que vician todo lo que tocamos.







Deberíamos perder los miedos, esos que nos han inyectado en las venas, esos que nos sirven de excusa para no reclamar nuestros derechos, esos que ahogan nuestras gargantas a la hora de gritar por las injusticias, esos que nos mantienen sometidos e impiden nuestra felicidad. Deberíamos desmarcarnos de los cobardes y los hipócritas que han contribuido a engrandecer nuestros miedos, devolverles uno a uno los terrores que nos han tatuado en el pecho, lanzarles a la cara las armas con que han cimentado su poder.


Y deberíamos estar listos en el andén cuando llegue ese tren, quizás no habrá otros. La suerte consiste en que coincidan la oportunidad y la preparación. Más vale que esa oportunidad no nos llegue por sorpresa cuando estemos dormidos o entretenidos en el caos y las prisas del mundo. Muchos han puesto sus esperanzas en cosas ajenas, mientras que los triunfadores las han puesto en sí mismos.




Y deberíamos disfrutar de lo sencillo, de las cosas pequeñas, del aire limpio que aún queda, de los niños, de los payasos, de los detalles, de los libros, de las buenas intenciones del que está a tu lado, de una sonrisa que te regalen o de una que te arranquen a la fuerza. También deberíamos creer aunque parezca sin sentido; confiar un poco, no demasiado; y por último no deberíamos abandonar las ilusiones y los sueños que hemos soñado despiertos.





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