viernes, 30 de marzo de 2012

Cambiarlo todo para que no cambie nada...

Los estamentos actuales del poder se han encargado de desligar los términos liberal y libertad y el común de la gente se ha creido el cuento. Han demonizado el concepto liberal a la par que las ideas progresistas y han confundido al pueblo hundiéndolo en una moderna esclavitud y un viaje al pasado, un retroceso forzoso que estamos sufriendo en carne propia a lo largo y ancho del mundo. 

En Europa, está de moda la derecha, y la mal llamada nueva izquierda, -que nada tiene que ver con el antiguo marxismo-, trata de que vuelva la democracia a los paises que la crearon en su momento, pero están perdiendo la batalla por confundir al enemigo; la moderna izquierda cree que la solución al sistema obsoleto que nos ha tocado vivir, es combatir el capitalismo, pero me parece que la solución va por otro lado, por un cambio de mentalidad, con un pensamiento acorde a la realidad que estamos viviendo.

El pensamiento es una forma de actividad espiritual que implica la producción de imágenes ideales, mediante las cuales los hombres intentan explicarse su realidad y su propia esencia. El pensamiento puede ser lógico o místico-religioso, según acuda a elementos de la realidad para explicarla o a elementos trascendentes a ella. Personalmente no soy nada místico ni religioso, y por tanto he optado por la lógica y siempre acudo a la ciencia para entender los fenómenos a los que nos enfrentamos a diario.

Kant fundó la teoría crítica al destacar la necesidad de reflexionar sobre las condiciones objetivas de la actividad pensante, y entender aquellas como inherentes a esta, y no como algo externo. Esto nos lleva a la conclusión de que el pensamiento debe ser crítico y debe pensarse a sí mismo, lo que significa pensar sus condiciones de posibilidad, e implica pensar la realidad social de la que es parte constituyente. El pensamiento ha de ser autorreflexivo y al mismo tiempo totalizador. 

Ahora, el caracter progresista de un pensamiento ha de medirse por el modo en que realiza su labor de análisis crítico y totalizador. Por el modo en que piensa la realidad y su relación con esta. Y por la finalidad de su reflexión, esto significa también tener en cuenta el imperativo de que el poder condiciona al saber y al pensar. El propósito no puede ser la utopía de sacudirse ese condicionamiento, sino el de reflexionar sobre la legitimidad de ese poder específico en cuestión. 

La modernidad ha significado, entre otras cosas, un cambio en la dinámica de la reproducción del poder. En las sociedades pre-modernas, para que se conservara el poder no podía cambiar nada. La más pequeña transformación implicaba el derrumbe de toda la pirámide social. En cambio ahora se puede afirmar que la divisa del poder parece rezar así: hay que cambiarlo todo para que no cambie nada, excepto la esencia misma de ese poder, cuya razón de ser está en el predominio del concepto "mercancía". Los viejos objetos de poder (nación, raza, etnia, religión, tradición), pueden ser reemplazados por nuevas y más complejas formas de reificación de la realidad, que acompañan y tributan a la nueva dominación. El pensamiento progresista -por esta razón- ha de ser descosificador. 

Ni cualquier cambio es progreso, ni cualquier conservación ha de entenderse como reaccionaria. Un pensamiento progresista  tiene que proponer alternativas válidas, en un mundo en el que el cambio no es una opción sino una exigencia. Ha de ser un pensamiento humanista y radical. Radical porque tiene que buscar la raiz de las cosas que no es otra que el hombre mismo; y obviamente tener en cuenta en primer lugar al ser humano, en contraposición a los conservadores que paso a paso nos han convertido en simples cosas. 

Nos han tenido engañados y nos han hecho creer que el neoliberalismo tenía algo que ver con el progresismo, cuando llevaba implícito el conservadurismo más puro. La sociedad y la conciencia han sido casi completamente cosificadas y sólo unos pocos se han dado cuenta de ello, esos que el común de la gente llama intelectuales, que son dignos de un poco de admiración, pero a los que muy pocos hacen caso. La diferencia entre el intelectual y los demás es muy simple, los niveles de miedo que afronta el primero son muy escasos comparativamente con los que afrontamos los demás.

3 comentarios:

emejota dijo...

Muy agudo. A lo mejor porque la mayoría de ellos han vivido lo suficiente como para ser lo suficientemente viejos y haber digerido sus temores primigenios. Bs.

Jo dijo...

cambiarlo todo para que todo siga igual...
es utópico

fus dijo...

Tenemos que reconocer una cosa, el sistema capitalista ha caido como cayò el comunista, ya nada es válido de este ùltimo sistema, pero alguièn deberìa decirnos la verdad y empezar a construir un nuevo sistema donde impere de nuevo la ilusiòn y que los errores cometidos sirvan como catalizadores. Yo dirìa màs, creo que el nuevo sistema econòmico-polìtico-social se le podrìa llamar "sistema catalizador" por que deberà atraer, empujar, agrupar fuerzas e ideas...y espero que en todo este camino no aparezca el salvador del mundo, sembrando de intolerancia y xenofobia la sociedad.
Me ha gustado cuando dices " La diferencia entre el intelectual y los demás es muy simple, los niveles de miedo que afronta el primero son muy escasos comparativamente con los que afrontamos los demás.
Una entrada muy consecuente y muy bien desarrollada, quien la lea desde luego no se puede quedar indiferente.

un fuerte abrazo

fus


pd:cuando publiques sinò te molesta comunìcamelo por email.Me gustarìa seguirte en tus entradas. Muchas gracias

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