Pocas cosas que asusten tanto al hombre contemporáneo como el tiempo libre, el tiempo vacío, los tiempos muertos, el tiempo ocioso, el tiempo sin obligaciones, el tiempo inútil, el tiempo sin sentido manifiesto ni propósito declarado; en pocas palabras: el tiempo para sí.
El hombre contemporáneo no sabe estar haciendo nada; dicho de otro modo, parece que necesita estar siempre haciendo algo. Y ese algo que siempre busca hacer es: Consumir.
Revisamos las redes sociales, compartimos una imagen que nos hizo reír, subimos nosotros mismos una fotografía, miramos un vídeo (o empezamos a verlo e, impacientes, lo dejamos a los 5 o 6 segundos si no cautivó nuestra atención)… y poco más que esto. Y esto, repetido a cada momento, todos los días, sin importar las circunstancias. Puede ser un día cualquiera, común y corriente, en nuestro trabajo; un domingo que pasamos con la familia; un sábado por la noche, en medio de una fiesta. Si reuniéramos eso que hacemos al estar conectados, si lo aisláramos y lo sacáramos de su contexto, ¿no nos quedaría una suma monótona, repetitiva, de actos siempre iguales?
Aburrirse no es tan terrible como nos han hecho creer, nos abre la puerta de la creatividad pero sobre todo nos da la oportunidad de ir hacia adentro, a enfrentarnos con nosotros mismos, a vivir nuestra propia vida y olvidarnos de todas esas distracciones del mundo moderno.
En estos tiempos de cuarentena: "Si no puedes ir hacia afuera, ve hacia adentro"
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