Por estos días nos hacemos una lista de cosas, -propósitos para el año que empieza-, sin darnos cuenta de que es una lista que no sirve para nada, excepto para recordarnos la escasa fuerza de voluntad que tenemos.
Cosas como bajar de peso, hacer deporte, dejar de fumar, pasar más tiempo con la familia, aprender un nuevo idioma, escribir ese libro, esos viajes soñados; esos lugares paradisíacos; una lista que podría llegar a ser interminable, o muy corta, pero que jamás llegamos a realizar; ni siquiera la empezamos; podemos reducirla a su más mínima expresión, un sólo propósito, y ni aún así nos llega a servir para nada porque siempre decimos que la vamos a empezar MAÑANA, que mañana es el día ideal para poner manos a la obra, que hoy será el último día vivido de la manera como lo estamos viviendo, pero a partir de mañana las cosas serán diferentes.
Existen verdaderas guías, manuales y tratados especializados que te indicarán la manera de conseguirlo. Estudios especializados sobre la manera de mejorar la fuerza de voluntad; y otros trucos como ser menos ambiciosos a la hora de hacer propósitos, pero nada funciona. Al final decidimos no hacer ninguna lista ni proponernos nada, pero ¿es ésto mejor?
Quizás podemos empezar a aplicar el manual para combatir nuestro innato procastinar, o hacer mejor unos anti-propósitos, aunque personalmente he decidido continuar con los errores o aciertos con los que he vivido desde hace tiempo y que me han dado buenos resultados: No resignarme, no conformarme, no ir con prisas, no estresarme, confiar, ser independiente, no envidiar, no perder el tiempo, no guardar mi afecto para los momentos especiales sino expresarlo a diario, y desde luego, el tópico de siempre y que mejor funciona: Apreciar el valor de las pequeñas cosas.
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